La abundante obra de Domingo de Canteixeira se esparce en el entorno natural donde reside, invitándonos a un recorrido fascinante entre viejos valles y montañas de abundante y variada vegetación. Siempre partiendo de la cultura tradicional, de sus herramientas y usos, su obra se expande para hablarnos de la condición humana en una tierra bella y dura que nos regala su vista pero no su fruto. Su manera de crear y recrear significativos espacios de la cultura tradicional como son las pallozas y los molinos y la ambientación que otorgan sus esculturas, nos retrotraen a otros tiempos y otras maneras de entender la vida. La dignificación que hace de lo rural subraya la recia belleza de lo humilde y proporciona una una nueva existencia a objetos tradicionales que han colaborado decisivamente en la supervivencia de los hombres y mujeres de esta tierra. Es así que el reciclaje de los utensilios (contraventanas trabajadas en relieve, herramientas convertidas en barandillas,
...viejos útiles en nuevos contextos) tan arraigado en la cultura popular, cobra con Domingo un nuevo sentido, los objetos de madera toman una nueva vida que nos recuerda de dónde venimos.
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